martes, 22 de noviembre de 2016

Alameda

Alma.
Instancia previa a encontrarte con vida.
Las agonías de un esquema que va en decadencia.
Espera.
Gloriosa y angustiante forma de añorarte.
En mis ojos hay océanos de furia.
Delicadeza.
Milenaria forma de someterme ante tus pies.
Besar tus labios sin piedad.
Gritar.
Sepultar el llanto vivo en un ahogar de cuerdas.
Acelerar mi pulso entre tus piernas.

Tras un llanto ahogado, en el jardín desnuda sus penas mientras deshoja margaritas linderas al pedestal de bronce, cuando la tarde es mas clara y los rayos del sol se cuelan por las hojas petulantes de un roble centenario que es testigo mas de penas que alegrías a lo largo de su vida.
Ella juega en la cama solitaria de algún albergue. Muere por el deseo que compensa con vergüenza. Los latidos son acelerados pues el acto religioso de amar de esa forma es algo que no sabe profesar. Prueba el sabor de sus labios, mientras el movimiento de sus azoradas piernas aumenta gradualmente con el pasar de los segundos, con la inconsolable displicencia de quien la tiene presa de su propia pasión.
El sol reverberaba en la filosa cuchilla de acero inoxidable. Atrás quedaron las mañanas lluviosas, las risas estruendosas y la estúpida conciliación con el ser. Ella yacía tendida sobre pórtico. Una lagrima suspendida. Los perros que ladraban, inertes, eran testigos inutiles de un acto certero. El amor no se acaba, el espacio ya no es nada.


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